
Martyn Rhisiart Jones y Lila de Alba
Oza-Cesuras, Europa, 17 de diciembre de 2025
Cuando el Hilo Aprendió a Hablar
Los soldados ni siquiera la notaron
Se sentaba donde siempre se habían sentado las mujeres. Estaba junto a la ventana y junto al camino. Estaba cerca de las vetas de hierro del ferrocarril. Sus manos estaban ocupadas, su mirada suave. El amor estaba en sus ojos. La lenta música de las agujas chasqueaba y repiqueteaba como la lluvia sobre la pizarra de Bethesda. En Gales, lo habrían llamado cinéfilo, el consuelo de lo conocido. En Galicia, la forma en que siempre se han hecho las cosas. Mágico, misterioso y consciente.
Tejer era más antiguo que los imperios. Por eso funcionaba. Siempre me encantó el arte de bordar.
Durante las dos grandes guerras que desgarraron Europa, el hilo se convirtió en un idioma. Las mujeres se convirtieron en sus guardianas, especialmente las ancianas. Mientras las botas marchaban y los motores rugían, ellas observaban. Y mientras observaban, cosían.
Los Trenes y el Hilo
En Bélgica, donde la niebla cubría las vías como un chal, las ancianas ocupaban sus puestos cerca de las vías del tren. Los alemanes no les hacían caso. ¿Qué amenaza podía haber en las espaldas encorvadas y la lana?
Pero cada tren hablaba.
Los vagones de tropas traqueteaban de forma distinta a los vagones de suministros. El acero blindado crujía bajo su propio peso. Las mujeres contaban sin contar, recordaban sin escribir.
Un punto del revés… levantado, áspero como una piedra en el camino… podía significar soldados.
Un punto suelto, una ligera herida en la tela, podía significar armas o combustible.
El ritmo importaba. El espaciado importaba. El silencio importaba sobre todo.
Al anochecer, una bufanda contenía los movimientos del día. Por la mañana, había desaparecido. Pasaba de mano en mano como el pan o la oración. La descifraban quienes sabían escuchar la tela.
Dos Puntadas, Significado Infinito
Tejer se construye sobre opuestos: liso y áspero, adelante y atrás, presencia y ausencia. Como la marea y la orilla. Como el punto y la raya.
Con solo tejer al derecho y al revés, las mujeres convertían la lana en binario, en Morse, en memoria. Los mensajes permanecían ocultos no porque fueran secretos, sino porque nadie imaginaba que pudieran serlo.
Esto era esteganografía, aunque nadie usaba la palabra. Era la vieja magia: ocultar la verdad en lo cotidiano.
Un mitón podía llevar un mapa.
Un suéter podía llevar una advertencia.
Una bufanda podía soportar el peso de un pueblo.
Las mujeres que lo llevaron
Phyllis Latour Doyle cayó del cielo sobre la Francia ocupada. Era una agente británica con nervios de alambre y silencio en los huesos. Tejía en público, como hacían las mujeres. Mensajes codificados, finos como la seda y afilados como la sal, se envolvían en una aguja escondida en su cabello. Verla era no ver nada.
Otras hacían nudos en lugar de puntadas. Otras escondían notas dentro de ovillos de lana. Mucho antes de que las radios crepitaran y los satélites observaran, Molly Rinker actuó de forma similar durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos. Lanzaba mensajes envueltos en hilo desde los acantilados como ofrendas al mar.
El método perduró porque pertenecía a las mujeres, y las mujeres eran ignoradas.
Cuando las viejas costumbres se volvieron peligrosas
Finalmente, las autoridades lo percibieron, como los animales perciben el clima.
Durante la Segunda Guerra Mundial, se prohibió el paso de patrones de tejido. Las propias instrucciones se volvieron sospechosas. Ni siquiera la lana podía circular libremente. El imperio se dio cuenta, demasiado tarde, de que lo que siempre se había descartado como doméstico era, de hecho, subversivo.
Una aguja, después de todo, es una especie de cuchilla.
Lo que queda…
Algunas historias se han convertido en musgo y leyenda. Así son los viejos cuentos. Pero hay suficiente verdad, suficiente evidencia, para saber esto:
La resistencia no siempre gritaba. A menudo, zumbaba.
No siempre corría. A menudo, permanecía inmóvil.
Vivía en manos que recordaban cómo crear algo de casi nada. Vivía en la paciencia, en la observación, en el silencioso desafío de continuar como antes.
En Gales, dicen «gwrando’n astud»… escuchar profundamente.
En Galicia, «escoitar co corazón»… escuchar con el corazón.
Estas mujeres hicieron ambas cosas.
Y mientras el mundo ardía, cosieron sus secretos en tela. Confiaban en que alguien, en algún lugar, sabría leer lo que decía la historia.
¿Dónde estaríamos sin mujeres valientes?
Gracias por leer.